El susurro del viento, el baile caprichoso de unas hojas bajo
sus pies, que de vez en cuando eran arrastradas por un pequeño remolino a quién
sabe donde. Caminaba, no sabía a donde, traspasó esa vieja valla de madera y se
adentró en el bosque, buscando evadirse, y tras cruzar un pequeño riachuelo,
cuyas ancianas y moldeadas rocas dejan hueco al musgo, se encontró con un claro
perfecto, un claro de esos de ensueño en los que el tiempo se detiene para dar
paso a un espectáculo boreal.
Y ahí estaba, después de tanto tiempo, tantas acciones,
tantas vivencias, tantas cosas, experiencias de lo más fatales a lo más
placenteras, pero no, ahora no era momento de pensar en ello, así que opto por
mirar a aquel juego de luces, perdiéndose con él en la inmensidad.
Pasaron las horas y se descuido de sus pensamientos
habituales, la suya era una forma extraña de vivir, como recordaba aquella
vieja canción de la “cara noroeste”, mas ahora no tenía que pensar en nada,
estaba allí y eso le gustaba, era uno de esos momentos en los que estaba
contento por el mero hecho de estar vivo.
Una escena perfecta, el sueño de muchos capturadotes de
imágenes, mas el momento era único, y no solo único sino que era suyo. Así
pues, se levantó , y grito, grito fuerte, como nunca antes lo había hecho, se liberó
de todo aquello que le impedía avanzar. Después de ello hubo unos segundos de
silencio, aparentemente nada había cambiado, el espectáculo boreal seguía allí,
y acto seguido empezó a reír, todo había cambiado.
No hacia seis semanas siquiera, que su mundo se había
derrumbado, y fueron tan solo unas horas lo que necesito para seguir adelante,
cierto era que ya no estaba aquello que le hacia especial, ni tampoco tenia
ningún motivo que hiciese que quisiera ser día a día mejor persona, pero ya lo
encontraría. Decidió marcharse, pero antes prometió que volvería a aquel rincón
tan exquisito, no era la misma persona y lo sabía, volvió a reír y se fue lentamente,
aún quedaba mucho por hacer.